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jueves, 2 de octubre de 2008

Capítulo 6: Batalla en la arena.


Miércoles, 18 de Agosto del 2004 18:42:16 GMT


Coordenadas 39° 31′ 38″ N, 119° 49′ 19″ W


Reno, Nevada.


El teniente Johnson está inmóvil. Su respiración apenas mueve los granos de arena bajo su barbilla, que lo cocinan desde las rodillas al pecho. Estirado completamente, evita cerrar el ojo derecho cuando cae una gota de sudor salado y se lo nubla.


Tiene el cuerpo tenso. El calor del desierto habría terminado con cualquiera, menos con él y su equipo. Están jugando ajedrez, contra un enemigo inmisericorde y astuto.


La mira marca las yardas de tiro efectivas. 300.


Con el ojo libre, busca el más mínimo movimiento en la arena. Cualquier indicio del enemigo.


Se sabe observado.


Se sabe depredado.


Se sabe saboreado de antemano. Asegura la culata en el hombro y juguetea con el gatillo, listo para detonar el movimiento de una décima de segundo que le llevará a apretarlo y lanzar una mortífera ráfaga de más de mil balas por minuto de alto calibre.


Tiene a cientos de hombres con él, listos para realizar la misma acción al unísono. Eso lo tranquiliza un poco. Sólo un poco.


La artillería pesada no está lejos, listos para arrasar en cuanto algo ose alzarse de las arenas.


Las arenas se mueven sonsas al ritmo del viento. De repente, ve algo. A través del lente, observa al arena elevarse. Apreta el fusil y se alista para disparar.


Un pequeño cerro de arena empieza a tomar forma. Crece como si fuese una burbuja, y los granos se precipitan al suelo, dejando al descubierto lo que se mueve bajo ellos Una extremidad llena de pelos cafesosos y largos, como un tronco grueso, torcido en un ángulo en v que se introduce en el suelo.


Espera, dejando el horror de lado como se acostumbró en su entrenamiento de élite. Tiene que esperar a ver la totalidad del cuerpo.


Las arenas a su rango de tiro empiezan a moverse, como un mar calmo que empieza a producir inesperadamente olas. Aquí y allá, frente a él, las largas extremidades surgen desde las profundidades del desierto. Una oleada de adrenalina estalla en su cuerpo, y el corazón empieza a palpitar con fuerza. Ese golpeteo desbocado llena sus oídos, y sus sentidos se aguzan. Está listo.


Contra todo pronóstico, los cuerpos aparecen lentamente desde el suelo, casi como una provocación. Los dos primeros asaltos a Reno habían sido horrorosos, con ellas saltando más de treinta metros entre edificios mientras cubrían el cielo con sus hilos asquerosos. Los aviones y los tanques las pusieron a raya, pero no se fueron. Se quedaron a las afueras de la ciudad, en el ancho descampado.


Era hora de erradicarlas definitivamente.


Los cuerpos infernales de los arácnidos dejaron escurrir la arena que los ocultaba. Riachuelos de granos de vuelta al suelo, mientras los enemigos se observaban, quietos.


Eran miles. Inabarcables a la vista.


Johnson supo que habían caído en una trampa, y que estaban perdidos.


Un sonido agudo cruzó el espacio sobre él, y la araña que tenía a tiro reventó. Los gritos de los humanos se cruzaron con los rugidos de los insectos gigantes, un desafío como los de antaño, y empezó la masacre.


La artillería humana barrió casi de inmediato con las primeras líneas de los artrópodos, y luego, éstos empezaron a saltar. Y ahí fue imposible darles un solo tiro que valiera la pena. Cayeron sobre los humanos y los despedazaron con velocidad pasmosa. Los atravesaban con las patas, terminadas en una garra , y luego las agitaban y las utilizaban para los siguientes ataques. Los soldados perdieron posiciones de combate, y en el caos que se produjo, la matanza fue total.


Johnson seguía en el suelo, disparando su fusil inútilmente, viendo como las balas les llegaban a los cuerpos, y estos parecían ni sentirlos. Se concentró en una puntualmente. Le disparó hasta descargarle completamente el cargador. Un momento después, ésta se tambaleó, como si estuviera borracha, curvó sus extremidades y el cuerpo cayó al suelo, para no moverse más.


El cargador salió disparado hacia el suelo en el recambió automático y colocó el siguiente. Ubicó el próximo blanco, y disparó.


Una sombra lo cubrió. Alzó la cabeza, para ver caer un monstruo desde el cielo.


Las patas delanteras les atravesaron los omóplatos y lo levantaron y zamarrearon como si fuera un muñeco. Johnson no podía mover los brazos para disparar o hacer algo. Pataleaba en el aire con desesperación, intentando propinar algún golpe a la cara o lo que tuviera esa cosa entre los colmillos. En una terrible y última reflexión, supo como se sentían las moscas cuando las cazaban, y sintió pena por ellas.


Escuchó instrucciones inútiles de retirada por el auricular del casco. Venían los aviones con bombas, volarían todo.


Entre las sensaciones de muerte que le rodeaban, escuchó claramente la voz de la araña, cuando le habló.

- ¿Dónde está tu Reina?


El hombre moribundo se vio impelido a responder.


- ¿Qué?

- ¿Dónde está tu Reina?

- ¿De que diablos hablas?

- La Reina de tu mundo, donde está.


Johnson escupió un poco de sangre antes de responder.


- Nosotros no tenemos ninguna Reina.


La araña lo zarandeó y se lo llevó a las fauces. Sintió el aliento putrefacto de carne en descomposición entre medio de sus colmillos.


- Ustedes tienen una Reina. Visitó nuestro mundo.

- Nosotros no tenemos…


Los colmillos trituraron su cráneo, y el cuerpo cayó al suelo descabezado.


Desde las profundidades de la criatura, emergió un murmullo gutural.


- Sara Li.

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