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domingo, 10 de agosto de 2008

Capítulo 5: Una visita a la biblioteca.


Estoy cansado de tener que ver a esos vejetes con sus mujeres tan de FBI y culos parados haciéndome exámenes y preguntando idioteces. Ahora sí, ¡un día más, y los mando a todos a la mierda!


Ni yo me creo, ja.


Aprovecharé de pasar a la biblioteca. Quizás tengan algo para arreglar letras caídas.


- Buenos días señorita. ¿Tienen ustedes algo para descifrar signos raros?


“¿Qué me miras raro, vieja horripilante? ¿Nunca viste alguien entrando a una biblioteca por primera vez?”


- Usted se referirá a traductores de idioma.


- Si, a eso. Mire usted, es que tengo este libro…


“Apuesto a que no tiene idea de que se trata esto. Ya va a ver cuando me ría de ella por ignorante”


- Ah, si, letra cuneiforme del periodo Kinkashbri, antigua Mesopotamia. Piso 3, pasillo lateral. Consulte en el mesón de pedidos.


Creo que le refunfuñé un gracias. Vieja maligna, se merece la cara que tiene en castigo.


Veamos… piso 3… acá. Pasillo lateral. ¿Será este?


Y veo a un viejito de lentes. Preguntemos.


- Buenas tarde señor. Mire, busco un libro para poder entender estos signos.


Que lentes más gruesos que se colocó. Sus cejas servirían para lustrar mis zapatos. Me río callado.


- Mmm si. Efectivamente, tengo un tomo que le puede servir. Pero este lenguaje es muy raro. ¿De donde sacó este libro?


- ¿Y a usted que le importa?


Me mira feo, y se marcha. Vuelve con un libro más grueso que el que tengo.


- Muy bien. Su carnet de biblioteca.


- No tengo.


- Entonces su identificación.


Se la pasó.


- Puede devolverlo hasta las 9.


- ¿No me lo puedo llevar a la casa?


- No señor, no tiene carnet.


- ¡Y como lo hago entonces!


- Saque fotocopias a lo que necesita.


- Pero no tengo dinero acá.


Me sonríe el muy maldito.


- ¿Y a mí que me importa?


Así que aquí estoy, lámpara en el mesón buscando letra por letra en medio de los cientos de miles de millones de formas que aparecen el manual de signos raros. Creo que duraré un par de minutos más y me voy.


Podría usar el resto del libro vacío para escribir mis memorias, en lenguaje claro. O quizás, me pasearé con él delante de la universidad para conquistar chicas cultas y de culos increíbles. Eso me parece mejor.


¡Bingo, una letra! Sólo faltan mil millones más.


¡Bah! ¡Otra!


Esto no es tan difícil como parecía.


Ya van a cerrar, y llevo al menos la mitad del texto traducido. No me sabía talentoso para esto de los idiomas. La verdad, me parece fácil, e incluso lógico. Cada signo significa algo, una cosa, como cielo o casa o perro. Hay muchos números y cosas mágicas acá. ¡Que entretenido es esto!


- ¡Ya cerramos!


- De inmediato voy.


No vi lo que vi.


No. Estoy muy cansado. Eso no sucedió.


- Señor, nos vamos.


- ¡Espérense un momento!


- Queremos irnos a nuestras casas a dormir. Mañana trabajamos.


- ¡Yo no tengo casa ni trabajo, así que se espera un momento!


No quiero mirar la página. No quiero.


Si, si quiero, miraré un poquito…


- ¡AAAHHH!


- ¿Qué le pasó?


- ¡LAS LETRAS SE MUEVEN! ¡LAS LETRAS DE MI LIBRO SE MUEVEN COMO SI FUERAN HORMIGAS!


Siento un golpe en la cabeza, y abro los ojos.


- ¿Señor? Ya son las 9, estamos cerrando.


- ¿Ah? ¿Qué…?


- Váyase a su casa. Llévese el traductor si lo necesita, pero me quedaré con su identificación.


- Si, está bien.

jueves, 7 de agosto de 2008

Capítulo 4: Signos


Dejé el libro a un lado, y pienso en que estaba cuando sucedió la Larga Noche. No tengo recuerdos, para ser sincero, así que creo que me inventé unos de ir corriendo hacia el puente de Brooklyn con la gente y escuchar a los helicópteros y sentirme aprisionado y chillar con todos mis pulmones y creer que me iban a reventar los millones de seres humanos agolpados entre las estrechas calles de la ciudad.


Algunas veces hasta creo que fue verdad, que llegué apenas vivo al puente, para ver un numero infinito de cabezas reclamando y gritando y haciéndose pedazos y sacándose los ojos y los mechones de pelos en peleas histéricas y lanzándose desde el puente a las salvadoras aguas negras, mientras tanques y soldados nos prohibían ir más allá.


Si, eso recuerdo. Pero estoy seguro, casi seguro, que me lo inventé. Lo más probable es que haya estado durmiendo.


No aguanto más.


- ¡Quien mierda me está mirando!


La puerta suena, un golpe sordo, y luego de un leve movimiento, se abre en silencio, para mostrar que no hay nadie al otro lado del pasillo. La puerta choca silenciosamente contra la pared. Instintivamente, agarro el libraco y me lo coloco en el pecho. Una voz suena afuera.


- ¿Me podrías dar una mano?


Me demoro un segundo en responder, más por vergüenza que por estupor.


- Si, espera.


Ya sentados en el sofá y con unas cervezas, mi amigo me comenta que todo el país amaneció conmocionado por el accidente. Nadie se explica cómo hubo sobrevivientes. Me siento interrogado.


- Yo no estaba ahí. Esa noche la pasé en otro lado, y me fui a cambiar de ropa al departamento, y cuando llegué que no tenía ni ropa ni departamento.


- Mmm. ¿Rescataste algo?


- Lo que está en la bolsa.


Se inclina a mirar, y hace una mueca de dolor.


- ¿Eso solamente?


- Y este libro.


- Ah.


- Es como un diario de vida, de un tal Johnny Rotten.


Se inclina de hombros, le da lo mismo. A mi también.


- Al menos escribe bien – replico.


Toma el libro, lo mueve arriba abajo y me lo arroja de vuelta.


- Es muy pesado. No leo libros pesados.


- Si. Tú no lees nada que no tenga dibujitos.


- Y tetas. No te olvides de las tetas.


- Es verdad.


Un poco de ruido ambiente del televisor me dan tiempo para componer unas pocas palabras.


- Oye, no te he dado las gracias por alojarme en tu departamento. Seguramente a tu chica no le hace mucha gracia.


- Despreocúpate hermano. A ella no le incomoda, y si le molestara es problema de ella. ¿Somos amigos o no somos amigos?


- Somos amigos.


- Salud.


- Salud.




Durante el día siguiente me dedico a llenar una serie de formularios en oficinas que nos proveyó algún organismo del gobierno. Di mi nombre, número de seguro social, número de departamento, cuantas cosas tenía y donde estaba a esa hora. Y así me interrogaron una y otra y otra vez durante horas. Ni almorcé.


Andaba como zombie, con sueño y hambre y molesto. ¿Creerían que fui yo quien mató a todos estos tipos? ¿Qué me creen, un asesino? Una más y les digo dos cosas en su cara.


¿Por qué me duele el hombro? Me toco donde me molesta, y me asombro al darme cuenta que he caminado todo el día con la mochila con mis cosas. ¿Cómo no me di cuenta? Maldición, me estoy volviendo loco. Tendré que ver un loquero.


Puta, lo que me falta. Otro Martin loco y suelto en el mundo.


Me cambio la mochila de lado, para que me duelan los hombros de manera pareja. Tengo que hacer hora hasta las cuatro, donde me atenderá alguien del servicio social. Uf. Iré a comer.


Compro bebida y un sándwich, y reviso el bolso. Si, ando con todas mis pertenencias. Saco el libro y empiezo a ojearlo rápidamente.


Se acaba en la mitad. Las últimas páginas son garabatos inentendibles. Líneas sueltas en distintas direcciones, que ni siquiera llegan a formar algo que me parezca a un carácter chino. Empiezo a hojear hacia atrás, y todo el texto es igual. Me doy cuenta entonces que todo lo que se puede leer son aquellas dos primeras páginas, y desde ahí pareciera que alguien hubiera tomado el libro y lo hubiera zamarreado un buen rato, y voilá, coctel de letras.


¡Que cosa más rara!

miércoles, 6 de agosto de 2008

Capítulo 3: Presencias

Gracias a Dios que aún me quedan amigos, y nadie como este. Me dejó las llaves con el administrador del edificio, comida en el refrigerador y el número de su celular pegado con una fruta magnética, por si tenía algún problema. Me hizo sentir una niñita, pero agradecí la preocupación..

En mi mochila, arrumbada perezosamente en el sofá, está todo lo que quedó de mi vida anterior: un par de camisas, un pantalón vaquero, un par de zapatos y nada más. Así que eché el libro, para compartir mi miseria con el dueño de esos recuerdos.

Por todos los canales aparecen noticias del desastre. Que explosiones subterraneas, que gas natural, etcetera. Cada cierto tiempo hablan de los cuerpos rescatados e identificados. Cambie compulsivamente las estaciones, hasta que me quedé en una antigua repetición de Friends.

Mis ojos están frente a la imagen, pero no miran nada. Mi mente vaga por las profundidades más oscuras, ciega, sorda e insensible. Alcanzo a tener la sensación de estar aturdido, pero no me importa. Sólo quiero estar ahí, en ese espacio, sin hacer nada.

Mirando al vacío.

Y de repente, tengo una sensación que me eriza los pelos de la nuca.

El vacío me devuelve la mirada.

Salto del sillón. Hay algo ahí. Siento un miedo primal, básico, de sentirse a punto de ser cazado. Las risas grabadas de la televisión se escuchan escalofriantes, como las carcajadas de muchos que me rodean, observando mi indefensión, esperando a que me devoren.

Aquí está el interruptor. Encendí la luz, no hay nada. Muy bien, vamos paso a paso por el departamento, pieza por pieza. Nada.

¿Por que diablos me siento así?


Abrí el refrigerador, saqué una cerveza y queso, y me siento de espaldas a la ventana, mirando la puerta.


¡Maldición! ¿De donde viene esa mirada? ¡No puede estar afuera, a diez pisos de altura! ¿Por qué la siento todavía a mi espalda, clavada en mi nuca? Necesito distraerme. televisión fuerte, eso es. El libro, ¿donde lo dejé? Aquí está. Ok, leamos y no prestemos atención a nada. Amigo Johnny, lo escuchó.


" II


Bat en mano, salí a la calle. No recuerdo mucho de ese momento, la verdad. Sólo sensaciones de recibir empujones, insultos, y de mucha gente corriendo hacia todos lados y hacia ninguno.

Una señora se afirmó de la solapa de mi chaqueta. Me tironeó hacia abajo mientras caía de rodillas. Simplemente lloraba, y su llanto era infantil, miedo puro. Desamparo. La levanté, le pasé mi brazo libre sobre sus hombros y empezamos a descender hacia alguna calle principal.

Aquel cielo negro tenía atrapada mi atención, como una mosca cautiva por un pan con mermelada. Creo que mi corazón latía con tanta fuerza que pensaba que las pulsaciones venían desde aquel firmamento vacuo.

Dadas las circunstancias, mirado en retrospectiva, era muy probable.

Por instinto, la gente se dirigía hacia los puentes. Brooklyn era un imposible. Manhattan y Williamsbridge también. Bajé por Atlantic y doble a la izquierda en la Cuarta. Entre todos los gritos, uno llamó la atención de la mujer que me acompañaba y de un tirón se liberó de mi abrazo y se sumergió en la multitud. No la volví a ver.

Enfilé hacia la parte sur de Brooklyn. Tenía amigos allí y éste era un momento para no estar sólo.

Debía ser pasado las diez de la mañana, cuando desde los helicópteros que llevaban varias horas rondando los cielos empezaron a emitir mensajes a la gente. Pedían calma, llamaban al orden y decían que las tropas de resguardo venían en camino. Ahora me río con todo eso, nadie los tomaba en cuenta.

Después de todo, para la gente estaba sucediendo el Apocalipsis.

Fue llegando a la esquina de Carrol cuando, por primera vez en mi vida, vi un Nightbane. Fue una visión fugaz. Algo gigantesco y escamoso reptaba en las sombras, arrastrando una larga cola, mientras sostenía por el cuello a un tipo vestido de traje, claramente muerto. Se me cayó el bat.

Me refregué los ojos, y ya no estaba. No había nadie. Alucinación, según yo.

Quedé paralizado entre medio de dos sentimientos: Correr aterrorizado hacia el departamento de Nicky a refugiarme de esta locura, y curiosidad por saber que diablos estaba pasando ahí.

Gano la alternativa lógica. No paré hasta llegar al refugio en calle 21 esquina Cuarta avenida, segundo piso, primera puerta a la derecha. El departamento estaba lleno de personas, casi todas en silencio, mirando la refulgente pantalla del televisor. Las noticias transmitían imágenes de todos lados del planeta. Todos estaban igual que nosotros. Caos, histeria, saqueos y diferentes manifestaciones de lo peor de nuestra especie.

Hicieron contacto en directo con la NASA. Hablaba un tipo calvo, alguien tosió y todos lo hicimos callar. Mostraron imágenes satelitales de lo que ocurría, y nadie se atrevió siquiera a respirar.

En el vacío del espacio, donde debía haber un planeta azul y blanco, flotaba una esfera negra, opaca. Nuestro planeta."

Capítulo 2: Johnny

"Mi nombre es Jhonny Rotten. No, no es un alias ni un seudónimo de rockero o escritor beat de mala clase. Ese es el nombre que me dio mi primera familia. El otro nombre, bueno, es bastante más particular.


No se bien por donde empezar, si explicándoles quien soy, quien era más bien, o cómo viví el fatídico día sin noche.


Corría el día 6 de abril del 2000. Atrás habían quedado las amenazas del acabóse del mundo. No se cayeron los aviones, ni los computadores se volvieron locos. No llegaron mensajeros divinos ni la tierra se partió por la mitad. Yo celebré ese año nuevo como corresponde a un punk mal nacido: tomando cerveza hasta hartarme con mis amigos y escuchando guitarras crudas y malas, y peores vocalistas en algún bar que no recuerdo.


Mi trabajo en el Equirer como reportero y fotógrafo me daba para pagar un cuartucho en la Gran Manzana, y coleccionar discos de vinilo. Nada de esa basura digital de cds y dvds. Para eso tengo mi cámara digital y mi pc de trabajo. Hay que adaptarse, pero nunca tanto.


Y llegó aquel día. Mejor dicho, no llegó el día.


Me despertaron los gritos de mis vecinos, porque la noche anterior había tenido una fiesta de aquellas, y la cabeza la tenía embotadísima por exceso de Bud. Intenté enfocar la vista y me incorporé con dificultad. El dolor de cabeza no me lo estaba poniendo fácil.


Abrí las ventanas, y desde mi piso observé algo que nunca voy a olvidar, dentro de todas las cosas increíbles que me sucedieron desde ese momento en adelante: la gente de NY corría, desesperada, lanzándose desde los techos de los edificios, golpeándose hasta morir en los callejones aledaños. Los llantos de los bebes se mezclaban con los gritos confusos de la gente, que llamaban a Dios o a quien quisieran llamar, pidiendo perdón. Los balazos los siguieron como siguen los truenos al relámpago.


La borrachera desapareció al instante. No entendía nada. Miraba hacia todos los costados, hacia el cielo, buscando la causa de esto. Olfateaba el aire, por si había algún hedor que pudiera hacerme entender que era lo que causaba todo esto. Pero nada. Una noche común y corriente. A excepción por las estrellas.


Haciendo un esfuerzo, enfoqué lo mejor posible mi vista hacia el cielo, pero no pude ver nada brillando. Ni un pálido reflejo. Y la noche era límpida, negra, como no había visto nada así en mucho tiempo. Se parecía a las noches de campo en la casa de mi tía, que en paz descanse. Era igual, pero negra absoluta.


Eso no era normal. En una ciudad como NY la contaminación lumínica es brutal. Ni en las noches más despejadas aparece un cielo así.


Y aunque así fuera ¿Dónde diablos estaban las estrellas? ¿Qué hora era, de todas maneras?


Busqué mi reloj a tientas, sin apartar la vista de la ventana. Un par de golpes feroces amenazaron con echar abajo mi puerta, y las voces de los vecinos de 306 y 307 me taparon a insultos. Inmediatamente me agaché para sacar el bat debajo de mi cama, y me incorporé. Admito que sudaba frío.


Entonces, se escucharon balazos en el pasillo, y más gritos, y gente que corría. Los pasos se detuvieron en mi puerta. Quien fuera, tenía una arma de fuego, y eso era mucha desventaja. Me pasé la lengua por los labios, y me preparé para recibir al visitante armado.


Sus pasos se alejaron de mi puerta de manera calmada. Estuve un minuto en silencio, tal vez dos. Todo ese tiempo sin respirar. Y el silencio siguió al barullo infernal al otro lado de mi puerta.


Sin soltar el bat, me volví para ver la hora, y el reloj Seiko arrojaba algo inverosímil.


Eran las 8:30 de la mañana."

viernes, 1 de agosto de 2008

Capítulo 1: El derrumbe

Dedicado a Ursus, el Ascendido, donde quiera que estés. Tu sacrificio no será olvidado.



No lo puedo creer.


Estoy caminando sobre los escombros, pateando las piedras y cables alrededor mío, lo que quedó de la explosión, pero aún no lo creo.


Hasta anoche, este era mi hogar. Mi departamento, mis recuerdos, mi todo.


Hoy no queda nada.


¡Dios! ¿No tuvimos suficiente con las Torres? ¿Acaso la Noche Larga no fue demasiado castigo? ¿Y el ataque terrorista de éste año? ¿Qué más quieres que purguemos, que mal te hemos hecho? ¿Qué ofensa tan grave?


Algo sobresale entre las pilas de cemento. Parece un brazo.


Me acerco y lo toco con temor. Está frío, suave y rígido. Es de plástico o de algo parecido, así que vuelvo a respirar. Lo tironeo un poco, y sobresale una muñeca vestida como dama antigua. La dejo donde está, en memoria de la niña que probablemente la tenía como su mejor amiga.


Me imagino su cuarto, su camita rosada, sus osos de peluche y de cómo peinaba a la muñequita que ahora yace a mis pies. Camino antes que me embargue la pena.


Un fulgor dorado llama mi atención. Escalo un poco más, y encuentro algo enterrado bajo los restos. Voy quitando trozos de concreto que se encuentran encima, y me voy asombrando en la medida que voy descubriendo sus simples pero perfectas formas. Una estatua de metal dorado, de forma humana, vestido a la usanza de los años treinta, pero con cabeza de halcón y sombrero. Debe medir más de dos metros. ¿Qué departamento tenía el techo tan alto como para meter este armatoste?


Seguramente lo fundirán o se lo quedarán los equipos de limpieza cuando retiren toda la basura. Lástima.


Me voy a sentar. Estoy cansado de subir entre restos de cosas inestables, de buscar algún resto de mi vida anterior como si fuera un tesoro.


Setenta muertos, mi edificio completamente destruido. Y la policía diciendo que había explotado una bolsa de gas que se encontraba bajo el edificio. ¿Se habrán creído que somos estúpidos? ¡Esto es un atentado terrorista, y nuevamente somos nosotros los que sufrimos! ¡No ese hijo de puta del Presidente y sus malditos asesores! ¡Ni los militares ni los ricos y famosos! ¡Nosotros, por la misma puta!


¿Dónde habrán quedado mis cosas?

II


¡Hijo de puta! ¡Deja de tirarme cosas, negro de mierda!


¿Y quien te está tirando nada, loco inmundo? Cállate y llora como niñita tus muebles ordinarios.


¿Si? ¿Y tu desde cuando tan macho? ¡Ven para acá y…!


Y salió el niñito detrás de las piernas del papá, con pelo revuelto y carita de asustado.


Disculpe señor. Es que mi papá esta buscando a Victor, por si está vivo.


Miro al papá con sorpresa, escondo el trozo de cemento que tenía en la mano y lo boto disimuladamente detrás de mí. Tengo vergüenza.


¿Victor?


Si señor, mi gato.


Ah.


Siento la mirada hostil del padre. No puedo seguir dando la cara, y me doy vuelta haciendo que busco algo entre la pila de desechos.


Y veo un libro, que no había notado antes. Me llama la atención: grueso, de tapas de cuero rojizas, con un llamativo símbolo en la tapa de color rojo sangre. El símbolo parece un pentagrama pero combinado con una estrella y otros dibujos más raros aún.


Lo recojo, y lo abro. En la primera hoja no hay nada. Paso a la segunda, y está escrita a mano, con una letra hermosa y muy clara.


Me siento a leer.





Prefacio

Nightbane.

Uno de los mejores juegos de rol que he visto. Pertenece a la empresa Palladium Books, la que ha hecho, entre otras, la notable Rifts, lo que considero a titulo personal el mejor juego de rol futurista que se ha inventado.

Pero hoy escribiré sobre Nightbane, y algo de historia personal. Corría el año de nuestro señor 2004, y durante mucho tiempo había tenido ganas de masterear este tremendo mundo. Previamente, estaba escribiendo un cuento fantástico, donde se mezclaban planos dimensionales, espadas mágicas, demonios y muchas cosas clásicas del genero, en un argumento situado en la época actual. En esta historia aparecían desde chamanes peruanos hasta lamas tibetanos, algunas espadas famosas y esclavos interdimensionales.

Empecé entonces a volcar en la construcción de la campaña varias ideas de este cuento. El resultado: una historia que demoró cuatro años en ser completada, interpretada magistalmente por un grupo de roleros que vivieron y sufrieron las peripecias de sus personajes.

Dedicados a ellos, a todos los que participaron, les entrego esta crónica.

Gracias muchachos.

Su amigo, Den.