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jueves, 9 de octubre de 2008

Capítulo 11: Juan Segura, primera parte

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PREFACIO

Han pasado casi tres días desde que regresamos de “allá”, y recién hoy he tenido el coraje de sentarme en mi escritorio a escribir estas cuartillas. Aún no se si seré capaz de hacerlo. Quiero empezar por alguna parte, y mi cabeza se revuelca en su propio mar de sombras alargadas, negándome una mirada clara a las cosas que he vivido las últimas semanas. Comienzo aquí entonces, el relato de lo hechos que me cambiaron la vida. Una cronología de estos últimos tres meses de locos (aún cuando de ahora en más tendré que “redefinir” el verdadero significado de esta palabra); situación que tal vez me obligue a incluir la relación de hechos que han resultado ser “mi vida” estos últimos 10 años.


Los comienzos son siempre lo más difícil de escribir, porque inauguran los espacios, definen las dimensiones, establecen los márgenes, y eso siempre obliga al escribiente a definirse. Empero ello, este principio; es decisión mía.


EL INICIO; LA NOCHE MÁS LARGA DE MI VIDA


La noche llegó de prisa ese día; un anochecer sórdido, lleno de ruidos, y con el aire espeso de las tormentas. Era una de esas noches de líneas imprecisas; llena de rincones oscuros, y sombras que se mueven entre los ebrios, los basureros y los vagos de los callejones. Me recuerdo caminando de prisa, por calles húmedas, hacia las bodegas del muelle. No era malo el empleo; pagaba las cuentas cuando no tenía casos en la oficina, y me mantenía ocupado; además, trabajar en los muelles en New York tenía sus ventajas, ya que podía acceder a cosas a las que, en “el mercado formal”, no tengo ninguna posibilidad de acceso. No vivía mal, pero estaba lejos de “el sueño americano” por el que había “cruzado el río” años atrás; había logrado poco en todos estos años: un departamentito mediano cerca de los muelles, una oficinita minima en la parte de arriba de local de comida china y una clientela más o menos estable de personas que, de vez en cuando, contrataban mis servicios para cosas simples; comprobar antecedentes, algún marido o novio celoso, buscar personas perdidas, cobrar alguna deuda; asegurar pertenencias. Con una cuota de 50US$ a la semana más gastos, hubo épocas en las que pensé que lo conseguiría. Pero esta ciudad esta llena de personas con sus sueños rotos; personas que vinieron aquí pensado en que cambiarían sus vidas bajo el cemento implacable, y se quedaron sin nada, subsistiendo apenas o muertas por las drogas o la violencia.


Llegué algo tarde al trabajo y el administrador se enfado; tampoco quería quedarse más de lo estrictamente necesario y ya casi era de noche, así que solo me dio las llaves me hizo una mueca y se fue. La noche comenzó como siempre; recorrí las bodegas, los cuartos de frío y las oficinas; cerré las puertas, aseguré las ventanas, conecté las alarmas y me hice café.


Cuando trabajas de noche en lugares como las bodegas del puerto de New York, te habitúas a las noches escabrosas, al bullicio apagado de las sombras; pequeños roedores escabulléndose por los rincones, carreras de gatos en los tejados metálicos. Son noches llenas de ecos imprecisos, ruidos apagados y sombras furtivas que esquivan los escasos faroles que aún funcionan en el muelle. Esa noche sin embargo todo era diferente, el aire marino se asomaba cargado de algo ancestral y profundo, algo que, a falta de otra palabra mejor, voy a llamar leyenda. Las nubes tronaron en la profunda oscuridad marina, y yo, desde mi escritorio, supe que algo estaba mal…. Terriblemente mal, luego la noche se cerró sobre las ventanas de la bodega y todas mis memorias se volvieron un montón de imágenes difusas y sombras en la oscuridad. "


- Oye, no escribe mal este tipo. Conozco esos lugares. Ahi trafican algunas cosillas que te ponen contento. ¿Eh?


"Lo se, puedo sentirte."


Si claro que me puedes sentir aguafiestas. Quizás un poquito de polvito blanco te pondría más feliz, libro de mierda.


- ¿Hay más? Continuemos entonces.


" Tengo imágenes vagas. No se si mis ojos están abiertos o cerrados; no se si estoy de pie o en el suelo; no se si es de día o de noche; tampoco si estoy despierto o soñando. Mis ojos y mi mente están confusos. Intento con desesperación retomar el control de mi mismo, pero sigo siendo asaltado por imágenes horripilantes; sombras afiladas, cuerpos destrozados, monstruos y bestias, sangre y muerte. Hace 4 años ya de eso. Hay uno ojos depredadores que me miran desde el fondo de mi mente, pero no se revelan. En el fondo de todo, hay un chillido largo, agudo y metálico; yo sé que es ese chillido, yo lo conozco; es el grito de acero de las aves cazadoras del desierto. Son las aves de mí de mi infancia.


Mi memoria se obstina en la imagen de las grandes aves de presa de mis desiertos infantiles en mi México natal, pero este chillido que me habita tiene un tinte metálico; está la nota inequívoca y profunda del bronce sagrado y vibrante, una nota que vive y se agita en el fondo de la llamada del cazador.


Cuando abro los ojos estoy en el suelo de la bodega, me he dormido o eso parece al menos, tengo la lengua pastosa y hace frío. Mi ropa esta sucia, mi mente da vueltas como uno de esos juegos de feria ambulante; tengo la vista nublada. No obstante puedo sentir que todos mis miembros están donde deben; sé que debo ponerme de pie y ver que es lo que ha pasado, pero en vez de eso me recuesto en el frío cemento de la bodega, flexiono mis músculos, más para saber si puedo hacerlo que por que lo necesite (en ese momento no estaba en condiciones de asegurar nada, con suerte hubiera podido decir si estaba vivo o muerto).


Ya de pie, las cosas no se aclararon más de lo que estaban antes. Estaba al fondo de la de la bodega cerca de los cuartos fríos, toda la bodega estaba a oscuras, miro mi reloj; son las 05.45 de la mañana, y recién esta comenzando a amanecer; ya hay reflejos de claridad en el horizonte profundo del mar, me niego a creer que he pasado tanto tiempo desmayado y lo tomo por falla del aparato. Me pongo a revisar la bodega por si hay daños, y algo que me dé una pista de lo que acababa de pasarme.


Sigo investigando pero las cosas no mejoran, las bodegas ha sido atacadas, el suelo esta cubierto de despojos, alguno reconocibles, otros no y son espeluznantes. Hay casquillos de bala en el suelo, el instinto hace que revise mi arma, solo para darme cuenta de que no la traigo encima, en algún momento la perdí, recuerdo mis clases de investigador y comienzo a buscarla de forma metódica y pausada (hago caso omiso del bullicio que me llega del exterior, lo que posteriormente demostró ser una estupidez enorme). La encuentro, esta a metros de la parte más dañada de las bodegas, arrugada como si la hubiesen estrujado, o más bien, como si la hubiesen empuñado con demasiada fuerza. Veo las marcas en el arma y mi cerebro enloquece. Mi cabeza se llena de destellos horripilantes, imágenes fracturadas. Mis oídos se llenan con el chillido acerado de una bestia que grita por ser libre; siento el impacto sólido a lo pargo de mi cuerpo, estoy de nuevo en el suelo; sudando, temblando como una hoja, presa de no se que embrujo antiguo que se ha apoderado de mí. Y entonces lo oigo. Oigo sus pasos desde el fondo de mi oscuridad… ya viene. A esas alturas ya se que es inevitable. Saldrá de dentro de mí… y saldrá haciéndome pedazos.


Voy a morir. Sé que voy a morir; miro al cielo en mis últimos momentos, buscando el consuelo que se le da a los santos o a los cobardes; pero solo veo un cielo negro, enrojecido y sanguinolento; un cielo purpúreo, poblado de bestias aladas, salidas de los avernos más antiguos del pecado del hombre; quiero pensar en algo, pero ya es tarde… ya viene.


El golpe de corriente llega desprevenido, brutal y salvaje; estalla en mi columna, me recorre entero, vértebra por vértebra, endureciéndome como un rayo de plata y bronce. Mí cuerpo se sacude incontrolable… ha llegado. En medio de una niebla que me rodea, puedo verme las manos, trato de gritar pero no se oye mi voz, solo se oye su chillido metálico ensordecedor. Ya esta aquí… Ahora él es yo… y esta enfurecido por eso."



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