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jueves, 7 de agosto de 2008

Capítulo 4: Signos


Dejé el libro a un lado, y pienso en que estaba cuando sucedió la Larga Noche. No tengo recuerdos, para ser sincero, así que creo que me inventé unos de ir corriendo hacia el puente de Brooklyn con la gente y escuchar a los helicópteros y sentirme aprisionado y chillar con todos mis pulmones y creer que me iban a reventar los millones de seres humanos agolpados entre las estrechas calles de la ciudad.


Algunas veces hasta creo que fue verdad, que llegué apenas vivo al puente, para ver un numero infinito de cabezas reclamando y gritando y haciéndose pedazos y sacándose los ojos y los mechones de pelos en peleas histéricas y lanzándose desde el puente a las salvadoras aguas negras, mientras tanques y soldados nos prohibían ir más allá.


Si, eso recuerdo. Pero estoy seguro, casi seguro, que me lo inventé. Lo más probable es que haya estado durmiendo.


No aguanto más.


- ¡Quien mierda me está mirando!


La puerta suena, un golpe sordo, y luego de un leve movimiento, se abre en silencio, para mostrar que no hay nadie al otro lado del pasillo. La puerta choca silenciosamente contra la pared. Instintivamente, agarro el libraco y me lo coloco en el pecho. Una voz suena afuera.


- ¿Me podrías dar una mano?


Me demoro un segundo en responder, más por vergüenza que por estupor.


- Si, espera.


Ya sentados en el sofá y con unas cervezas, mi amigo me comenta que todo el país amaneció conmocionado por el accidente. Nadie se explica cómo hubo sobrevivientes. Me siento interrogado.


- Yo no estaba ahí. Esa noche la pasé en otro lado, y me fui a cambiar de ropa al departamento, y cuando llegué que no tenía ni ropa ni departamento.


- Mmm. ¿Rescataste algo?


- Lo que está en la bolsa.


Se inclina a mirar, y hace una mueca de dolor.


- ¿Eso solamente?


- Y este libro.


- Ah.


- Es como un diario de vida, de un tal Johnny Rotten.


Se inclina de hombros, le da lo mismo. A mi también.


- Al menos escribe bien – replico.


Toma el libro, lo mueve arriba abajo y me lo arroja de vuelta.


- Es muy pesado. No leo libros pesados.


- Si. Tú no lees nada que no tenga dibujitos.


- Y tetas. No te olvides de las tetas.


- Es verdad.


Un poco de ruido ambiente del televisor me dan tiempo para componer unas pocas palabras.


- Oye, no te he dado las gracias por alojarme en tu departamento. Seguramente a tu chica no le hace mucha gracia.


- Despreocúpate hermano. A ella no le incomoda, y si le molestara es problema de ella. ¿Somos amigos o no somos amigos?


- Somos amigos.


- Salud.


- Salud.




Durante el día siguiente me dedico a llenar una serie de formularios en oficinas que nos proveyó algún organismo del gobierno. Di mi nombre, número de seguro social, número de departamento, cuantas cosas tenía y donde estaba a esa hora. Y así me interrogaron una y otra y otra vez durante horas. Ni almorcé.


Andaba como zombie, con sueño y hambre y molesto. ¿Creerían que fui yo quien mató a todos estos tipos? ¿Qué me creen, un asesino? Una más y les digo dos cosas en su cara.


¿Por qué me duele el hombro? Me toco donde me molesta, y me asombro al darme cuenta que he caminado todo el día con la mochila con mis cosas. ¿Cómo no me di cuenta? Maldición, me estoy volviendo loco. Tendré que ver un loquero.


Puta, lo que me falta. Otro Martin loco y suelto en el mundo.


Me cambio la mochila de lado, para que me duelan los hombros de manera pareja. Tengo que hacer hora hasta las cuatro, donde me atenderá alguien del servicio social. Uf. Iré a comer.


Compro bebida y un sándwich, y reviso el bolso. Si, ando con todas mis pertenencias. Saco el libro y empiezo a ojearlo rápidamente.


Se acaba en la mitad. Las últimas páginas son garabatos inentendibles. Líneas sueltas en distintas direcciones, que ni siquiera llegan a formar algo que me parezca a un carácter chino. Empiezo a hojear hacia atrás, y todo el texto es igual. Me doy cuenta entonces que todo lo que se puede leer son aquellas dos primeras páginas, y desde ahí pareciera que alguien hubiera tomado el libro y lo hubiera zamarreado un buen rato, y voilá, coctel de letras.


¡Que cosa más rara!

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